La distracción

En la caravana de lo bueno y correcto avanzan en desfile paciente ciertos carros y van ganando un metro tras el oltro, un día, una hora. Todo se mueve al mismo compás, con la mirada afincada en el más allá. Las pupilas se saturan de futuro: dejan espacio a lo que será. Si la mirada se echa para un lado, allí es donde se halla el desierto del tiempo que rodea la calzada, seca e infinita, desierta pero acogedora a la vez.
Al lado de la caravana, de vez en cuando, se forma un andurrial, una fila finita de maquinarios lentos y esporádicos, nunca apretados pero bien atadosel uno al otro por medio de sogas consumidas y amarres improvisados, prevenidos para emprender caminos diversos pero en un terreno común, amplio y movedizo como el agua.
Es así como ve el justo la distracción, como el otro camino, el que no tiene nada más que presente para vivir. El camino sin fin, sin finalidad, que rápido nace y rápido se muere. La senda para emprender con un pie, no más; mientras el otro acomoda en el camino mayor. Un sendero que se ha de tomar sin olvidarse de donde corren los artilugios de mayor porte.

Es más, de mirarla bien la gran caravana, seria, compuesta, decorosa y hambrienta de futuro no se mueve en camino trazado, remueve la arena y tira para adelante, busca de señas sin verlas, oye voces que nadie levanta. Una expedición sin sino es un tiro al vacío, un cohete más que un soplo de vida. Así es que se levanta desde debajo de la capa de arena la calzada del camino de la distracción, menospreciado, odiado, maltratado y tachado de inútil. Se sacude de los hombros el apodo y se presenta, se descubre, se alienta.

Tal como los ojos, las manos, los pies, dos pueden ser los caminos: el del gran trabajo del vivir y, el otro, la distracción. Aun sabiendo que el trayecto es uno, el tren viaja en dos rieles, para sustentarse con certeza. Non es algo que hay que evitar, no daña. Se la puede abrazar, con conciencia de lo que vale. Distraerse nos hace más livianos encima de la calle que pisamos, de lo que pesaríamos en una única rueda, una única pierna, una única pata. Distrerse es dividir la pena en dos, moverla del maletón a una mochila haraposa, esconderla un momento y descansar los ojos de la luz refulgente del sol. No tenerle miedo a la distracción permite aliviar el peso de los párpados y acerca una nueva fragancia a la nariz; un olor para seguir para acurrucarse en su entrañas y luego volver al timón, a la pala, al torno. Compuestos. Serios. Pero renovados.